dissabte, 30 de gener del 2016


La explosión me lanzó al suelo; mientras, el edificio, se derrumbaba a nuestras espaldas... Mis oídos silbaban con fuerza; medio aturdido conseguí incorporarme, a pesar de no ver del todo bien me di cuenta que ella permanecía a mi lado, sin un rasguño, de pie, con los brazos abiertos al cielo, riendo a carcajada limpia y parando solo para gritar: “¡la ley del talión!”

Me dirigí hacia ella, andando torpemente, el corazón me latía con fuerza, como si fuera a salirse por la boca... la miré, estaba más hermosa que nunca, sus ojos resplandecían, como si estuvieran bañados en fuego, nunca se los había visto de esa forma; estube observandola, observando la escena, y me percaté de que su sombra y la mía se juntaban y se proyectaban hacia el final de la calle, una sombra larga, omnipresente, amenazadora, hermosa metáfora de lo que pretendíamos evocar... Embobado no me daba cuenta de la situación hasta que vi, a lo lejos, las luces parpadeantes de la policía; desperté de golpe y me abalancé sobre ella, “¡corre maldita sea! ¡Nos van a pillar!”...

Ni se inmutó, seguía riendo, como si no le importase lo que le decía... Entre carcajada y carcajada recuerdo que dijo algo así: “hostia puta ¡joder! Que bien que arde ¡parece como si se hubiera construido para ese fin! Míralo, – ahora se acordaba de mi – mira este fuego, son nuestros corazones que arden, hemos invocado la ley del talión ante esos amantes de la legalidad, ante esos que nos quieren como cadáveres mecanizados en su sistema ¿no ves que belleza? Es su mundo quemando como una mecha... Justicia hijos de puta, justicia... Qué coño... ¡tendremos que brindar a la salud de un nuevo amanecer esta noche!”

A pesar de todo lo que ella pudiera decir, yo seguía pensando en la policía... “¡Nos cogerán! Por lo que más quieras ¡corre!”

Ni se inmutó, me acarició la mejilla, cerró los ojos y dijo: “Hoy no atraparán a nadie, hoy no pueden atrapar a nadie... La vida que nos imponían era una rueda que nunca dejaba de girar,  que volvía a reseguir siempre el mismo recorrido, hasta hacernos creer que era real, que no existía nada más, pero fíjate ¡ya no estamos en ella! ¡¿No te das cuenta?! La gran mentira arde, y con ella nuestra esclavitud, hemos quemado la rueda que nos anulaba ¡somos libres! Se terminó el correr por correr, se acabó...”

No se si fue un arrebato fruto de sus palabras, o sencillamente que el momento lo requería... Pero no pude evitar decirle: “Y, ahora, ¿qué hará que nos movamos? ¿Qué nos obligara correr?”
Ella, con una sonrisa, me miró, cogiéndome el cuello con sus manos poco a poco nos acercó hasta juntar nuestros labios en un beso, corto, pero suficiente para decir lo que necesitaba ser dicho en silencio, se retiró y, justo antes de girarse dijo: “el aburrimiento; ¿no lo has pensado? Los creadores no soportamos el aburrimiento...” se giró y empezó a correr, tardé unos segundos a reaccionar, y salí corriendo con ella...

Ese día no nos cogieron, ese día éramos fuego danzando en libertad.