dijous, 19 de maig del 2016



El amor descansa en la cúspide de la pirámide de las virtudes, ha sido alabado siglo tras siglo, y se presenta ante nosotros como el sentido de nuestra existencia. ¡Ay! el amor… promesa de un Dios, fantasmagoría de fantasmagorías, estandarte del poder espiritual, deber de los esclavos, virtud de los esclavistas, humano, demasiado humano… exorbitante es su fuerza y numerosas sus posesiones: suyos son los hijos, no serían nada sin él; suya es la familia, no sería nada sin él; suyos son los enamorados, no existirían de no ser por él… y suya es la sociedad, la humanidad, la clase, la patria y todo aquello que impida el odio entre los hombres, él es el enviado para mantener el orden, para conducir al individuo a la resignación, a la lástima hacia aquél que quiere vivir arrastrándose, al sentimiento de pertenencia a ese grupo de reptantes que en la manada disimulan su impotencia, él es responsable de que el individuo se sacrifique para beneficiar a toda clase de canalla… el amor ha engendrado la peor de las aniquilaciones: la muerte del Único.

Contra ese amor debilitante defendemos la fortaleza del odio, defendemos la pasión creadora de odiar a todos los enemigos de la anarquía e incluso la pasión transformadora de odiarnos a nosotros mismos, todo aquello que sea obstáculo para el desarrollo en nosotros mismos y en nuestro entorno de la Anarquía.

¡Individuo! Cuídate del amor, no te fíes de él, es la mayor de las debilidades humanas, la más deleznable de las ambiciones de propiedad, la más despreciable ilusión de completar lo incompleto en nuestro Ser, una trampa de la naturaleza para servirse del ser humano y perpetuarse autoritaria, una construcción simbólica de la sociedad para anularlo y convertirlo en pieza, en objeto, en eslabón de su maquinaria. ¡Individuo! Cree sólo en la amistad, el lazo que no ata, la comunión sin dependencia, el vínculo que no necesita más ceremonia que la presencia, suspiro de todos los transfigurados por una belleza superior. ¡Individuo! Ejercita el odio con todo aquel que no sea merecedor de tu amistad anarquista, ejercítalo sin complejos, prepárate para odiar; si pretendes Ser, debes acostumbrarte al odio, no le temas, él es un arma a tu servicio, el odio conducirá a la anarquía después de la guerra y contra los que pretenden pisarte no existe otra opción que luchar. Luchar contra todos los enemigos de la anarquía implica la voluntad de eliminación, la aniquilación de toda amenaza sea cual sea su origen, el odio mantiene activa esa lucha que persigue como objetivo la destrucción de todo aquello que entendemos como adversario, el odio es el remedio contra la desidia en la creación de nuestra Anarquía individual, el amor no sirve para esta empresa, el amor entorpece, despierta la culpa, aviva la moral, reanima el espíritu gregario y activa la empatía hacia tu agresor; el amor no sirve para destruir.

Los enemigos del Único son numerosos, nos rodean y hasta nos habitan, odiarlos es acercarse a nuestro Yo, es desearnos de la forma más poderosa e íntima. El odio invoca en el mismo acto la “potencia de no” y la “potencia de sí”,  la destrucción y la creación.

¡Oh! Destrucción… siempre tan temida, fiel compañera del caos, preámbulo de toda poiesis, semilla de la anarquía… ¡Oh! Destrucción… mero fin en manos de débiles y resentidos, sólo brillante supernova en manos de individuos fuertes y autónomos en cuyo polvo rehabilitado se extenderá la nueva Vida...  ¡Oh! Destrucción… porvenir de la decadencia, heroica redención del sueño, apetito de dioses, la destrucción es siempre fuente de creación, ningún mundo nuevo podrá formarse sin que este desaparezca...  ningún noble individuo podrá crecer, forjar su nuevo mundo, sin antes masticar y digerir su entorno, ninguna potencia creadora podrá desarrollarse sin destruir aquello que necesita consumir y/o lo limita; toda creación es resultado de substancias que han sido transformadas destruyendo su forma, propiedades, simbolismo… lo que sea necesario para servir a nuestra voluntad, y es ésta destrucción creadora la que da forma a nuestra unicidad; por eso la lucha que reivindicamos es aquella que va dirigida a preservar esta potencia, esta individualidad… y el odio, el sentimiento razonable hacia sus enemigos. No entendemos el odio como un sentimiento que deba ser eliminado, es la sana reacción ante una existencia agresiva e incompatible con nuestro Yo.

El odio entendido como superación requiere de ese éxtasis propio del genio que no desfallece, resulta indiferente a todo Sol del Advenir porque crea su propia luz autónoma mediante los frutos de la explosión o de la implosión y necesita únicamente del vencimiento de ese pesimismo que funda todo nihilismo negativo: el hallazgo de un sentido.

Ante aquél que pretenda aplastar al individuo creador, al individuo fuerte, no puede esperar nada más que odio por su parte, odio que nace del orgullo, sí, el odio surge de un individuo orgulloso, que se erige firme ante su enemigo, pues ha gozado de la satisfacción de probar su potencia anteriormente y le es imposible no sentir orgullo de sí mismo, ÉL, que ha destruido lo decadente para crear algo nuevo, ÚNICO, no puede sentir más que odio hacia tal amenaza. El odio es un destello racional y útil de su potencia, para un individuo fuerte odiar a quienes le impiden desarrollar su fuerza creadora le impide someterse, recular, resignarse… ante tal agresión; cuando él odia toda concesión al odiado es una degradación a sus ojos, es una amputación a su potencia, una herida intolerable. El odio es un sentimiento positivo para él, no lo condena al ostracismo pues sirve a su causa.


El arte de odiar es un arte destinado a gobernar en exclusiva a aquellos individuos decididos a Ser, aquellos que no se conforman con sometimientos ni soluciones intermedias, para todos estos será siempre la primera de sus ventajas, el mejor de sus secretos.