dilluns, 4 d’abril del 2016



Declaramos la guerra a los esclavistas, lo hicimos para liberar a los esclavos de un yugo insoportable. 

Empezaron pronto los disparos, y llegaron las primeras bajas del combate; a uno y otro bando se dieron grandes homenajes a los mártires de cada causa.

Con la máquina de guerra desatada, fuera de todo control, la muerte abrumó los vivos, ya no había tiempo para enterrar a los héroes… Abandonados por el campo de batalla, pisoteados y desvalijados sus cuerpos, nadie pensaba en ellos; ese era el honor real que los vivos procuraban a los muertos: la putrefacción a la intemperie sin ceremonias que maquillaran la vacuidad de tan gran sacrificio.

- Pero… ¿Quién moría en el frente? 
- ¡Ningún amo, ningún esclavista!

- ¿Y todos esos cuerpos que dejábamos sin vida? 
- ¡Ningún amo, ningún esclavista!

Abatidos ante tan inútil causa nos refugiábamos en la satisfacción de colgar algún amo que no había escapado a tiempo... 

Lo hacíamos para no pensar en los esclavos que habíamos aniquilado, y funcionava, nadie pensaba en ellos, nuestra causa los hizo inexistentes, no eran NADA, los habíamos negado desde el momento en que decidimos luchar por ellos; al negarlos tuvieron que morir por lo único verdadero a nuestros ojos.

¿Y nosotros? Nosotros perecimos sin existir, pues nuestra causa no era real, nunca pudimos satisfacer nuestra sed, pues no existía agua que pudiera ponerle fin.

Esa fue la guerra de los que eran NADA, eso fue la guerra de los que no tomaron su causa como propia y fueron embajadores de la muerte y la esclavitud.