dimarts, 16 de febrer del 2016




Atarse al mundo nunca fue una opción para él, siempre quiso evitarlo, como si pudiera... soñando con andar sin lazos que lo amarrasen a esa roca inerte que flota por el espacio…


Él vivía luchando contra un pasado y quienes le exigían memoria y rendir cultos a héroes que ya descansaban bajo tierra… no sentía suyo nada de todo eso.
Luchaba, también, contra el peso de sus recuerdos, para que estos no le sepultaran la vida.

Él vivía soñando en un futuro donde nadie le dijera que debía asegurar su porvenir… sin autoridad que reglamentara sus pasos, un lugar donde expirar un último aliento, sonriendo, levantando el dedo del medio de cada mano, y escuchar el último pensamiento y creación de su vida: “ojalá el rigor mortis me deje las manos tal y como las tengo ahora para, así, saludar con estilo el mundo que seguirá tras de mi”.

¿Y el presente? ¡Oh! El presente… No solo lo vivía: lo experimentaba, lo exprimía; él creaba constantemente, es por eso que no llegó a acumular ninguna carga, se deshacía sin pensarlo del peso de lo viejo para cargar siempre con cosas nuevas…

Él era todo lo que tenía y nunca quiso nada más, es por eso que nunca la tuvo a ella, pese a vivir mucho tiempo a su lado; se amaron hasta que quisieron, en lugar de querer hasta amarse… se exploraron, se conocieron, entre polvo y polvo, ¿y mientras follaban? Pues también.
Ella, tumbada en la cama, solía preguntarle si sabía que esas sábanas blancas eran las páginas donde se había escrito lo mejor acerca del amor, de la pasión… Él le respondía que sí, que por eso permanecían blancas, porqué, esto, no se puede contar con tinta y palabras.

Él se declaraba anarquista porqué quería la libertad de todo individuo y, aunque no sonara muy generoso, no le daba vergüenza admitir que era por puro egoísmo, pues si algo había aprendido era que: un mundo de esclavos  genera siempre relaciones esclavistas que atentan contra toda libertad, contra su libertad.

Él siempre decía que su anarquismo lo determinaba él, pues era él quién controlaba su pensamiento, no se basaba en lo que otros le decían que debía ser su anarquismo, ni respondía lo que otro pudiera hacer en nombre de la “anarquía”.

Él declaró la guerra al mundo de esclavos y esclavistas, una guerra violenta, de palabras y acciones de fuerza, no pudo ser pacifista pues la paz, a sus ojos, era solo una garantía de orden, no negaba que la paz era deseable en un mundo de individuos libres, pero no en este, ser pacifico aquí, para él, era la vía más rápida de autocondenarse… la acción pacífica solo funciona entre individuos pacíficos que, ambos, el que exige y el que cede, aborrezcan la violencia, pero ante el autoritarismo defendido e impuesto con violencia solo existía, a su parecer, una forma de autodefenderse: la fuerza.
Él no era violento por naturaleza, ni durante toda su vida lo fue, solo en las circunstancias que le era necesario serlo para defenderse.

Él amó, lloró, fue feliz pese a sentir dolor en ocasiones, experimentó la muerte y eso le enseñó a estar vivo, él se equivocó a veces, tuvo que corregir errores, él decidió ayudar a aquél que amaba, que apreciaba, él decidió no doblegarse ante el miedo al hacerlo…

Él decidió vivir por sí mismo y sentir que lo hacía; no quiso esconderse tras una careta o ficcionar su vida, no lo necesitó, él apreciaba su vida, él se veía único, era absurdo rodearse de otros para sentirse alguien, esconderse o mutar ante los ojos de los demás, él amaba lo que veía con los suyos y se sentía capaz de ser… y luchó por realizarse.

Para resumir su vida se podría decir que él vivió jugando, y jugaba creando.


¿Y quién era él? Él creo que fui yo, mientras escribía esto.