dijous, 3 de desembre del 2015



- ESCAPAR -

Sentado en un vagón de metro vacío, mientras observaba las luces del techo parpadeando, dejaba la mente en blanco; era triste verme respirar aliviado, era muy triste saberme relajado en un puto vagón de metro… no deseaba llegar a ningún lado, incluso había olvidado mi destino, y la verdad, no me importaba; iba pestañeando, entre un sueño que intentaba colarse y otro que quería colar yo, pero no cerré los ojos, era agradable estar solo en el vagón, ver y sentir esa soledad… no sé cuántas paradas me pasaba allí dentro, ni quise contarlas nunca, entraba y salía justo cuando me lo proponía.

Aunque pudiera parecer que ese sitio me gustaba no era así; estaba tranquilo, sí, y relajado… pero no me gustaba el lugar, solo el poder desconectar, el sentirme solo y dedicarme toda la atención que quería, quizá os parezca loco, pero en verdad me repugnaba ese sitio; una vez me cansaba del lugar, bajaba a la primera parada en la que el metro se detenía, con un poco de prisa enfilaba las escaleras y me disponía a salir de la estación; justo antes de afrontar las últimas escaleras, las que llevan a la calle, cerraba los ojos y vaciaba los pulmones, esperaba que al salir y abrir los ojos estuviera en medio del bosque, o en cualquier campo, o en el pueblo donde crecí,  deseaba coger aire y sentir de una vez por todas que no me estaba tragando humo… descubrirme en medio de aquél lugar en el que me había adaptado desde pequeño y descansar, alejado de todo, sin ninguna otra preocupación que las mías... pero nada de eso pasaba, solo me encontraba lo mismo de siempre: la maldita ciudad; y, allí, atrapado entre el hormigón de los edificios y ahogado por el humo de los coches, me arrastraba siempre en esa trampa en la que todos sus problemas me acababan absorbiendo y acababan por ser míos o yo suyo; dejando de existir fuera de ese vagón de metro, donde esperaba, asustado, la próxima parada en la que me diluiría entre esa masa uniforme de individuos objetivados y desubjetivados, lo hacía cruzando los dedos para no ser arrastrado a su condición, luchando contra los que me empujaban hacia su dirección, alejándome de la mía, y sintiéndome culpable de pelear con ellos, sin saber muy bien por qué.