dilluns, 26 d’octubre del 2015





















Fragmento del primer capítulo de una novela que escribí hará un par de años y que he tenido el gustazo de redescubrir, iré publicando los fragmentos a medida que los vea publicables (es decir, si necesito modificarlos me tomaré el tiempo que me plazca antes de publicar un nuevo fragmento):

A veces tardaba demasiado en darse cuenta de las cosas que realmente le eran importantes, algunas veces olvidaba un compromiso con alguien amado, otras sencillamente no quería ir…   pero nadie lo culpaba por ello, todos le conocían; y, a él, no parecía preocuparle, cualquiera te lo dirá: “era un despreocupado” “hacia lo que le salía de los cojones, y vivía tranquilo con ello”…

Pero yo se la verdad, él también se lamentaba a veces; sí, lo hacía en esas noches en las que se daba cuenta de lo que realmente quería, de que no lo había hecho, y te juro que  deseaba con todas las fuerzas volver atrás en el tiempo y decirse: “eh, tú, gilipollas ¡mueve tu culo y ve a verla!” te juro que lo hacía, por lo que más quiero, lo hacía, y lo sé porqué lo conocí muy bien...

Nos encontramos por primera vez hará unos cuantos años, éramos muy jóvenes, demasiado…

Quizá, para poder entender nuestro encuentro, debería contarte que toda mi infancia la había pasado en la antigua Rosburg, pero en esa Rosburg de antes de que la jodieran con las casas de esos pijos con piscina i coches caros… 

Allí me enseñaron a amar la patria, ¡ay! La patria… soberana estupidez; si hubiera sabido lo que la patria quería de mí, lo que me exigiría como buen sirviente que debía ser, me hubiera cagado antes en esa patria de los profesores y ministros, esa patria de las banderas y símbolos ridículos que tantas veces el señor alcalde invocaba para evitar la furia de sus vasallos; furia como la de mi abuelo, que, a pesar de no ser un revolucionario, se levantó en aquél verano contra el rey y murió por invierno bajo la justicia del autoproclamado jefe supremo de la patria…

¡Ay! Si hubiera sabido antes de la verdadera patria, me hubiera juntado con los anarquistas en vez de con esos putos mediocres de la liga de patriotas…

Ojalá hubiera conocido a mi abuelo en aquél verano, pues me podría haber ahorrado mucho sufrimiento y antes hubiera gritado:  

¡Que caigan todas las patrias!

Pero eran otros tiempos, otra patria; ese desgraciado ya no estaba, lo echaron por la primera primavera después de la muerte de mi abuelo, ahora vivíamos en una patria respetable, una patria democrática que ya maduraba… fue en ese entorno donde me educaron, donde crecí e intentaron domarme… y fue en esa patria donde decidí hacer carrera política, pues era un puesto respetado, un puesto desde donde podría cambiar cosas ¡y quería cambiar cosas! O eso me decía…


Lo recuerdo como si fuera ayer, con 17 años recién cumplidos me apunté a la Liga Patriótica, estaba muy de moda entre los jóvenes de nuestra edad, era un partido nuevo y ambicioso; entre sus activos más apreciados estaba el de que querían recuperar los Montes Blancos, arrebatados por los theutons hacia una década, cortándonos el acceso al mar; vamos, en pocas palabras, recuperar aquello que su pérdida supuso un puto trauma para la patria… y la escoria del gobierno no se cansaban de recordárnoslo mientras nos educaban bajo la premisa del “todo por la patria”… ¿Por qué no nos contaban lo que preparaban para nosotros? ¿A caso temían contarnos los horrores que nos querían regalar? 

19/10/2015